Actualizado: 24 septiembre, 2018
¡Hola… desde la nieve! Sí, la nieve, y sí, estoy en Tenerife. Un fenómeno meteorológico totalmente inhabitual en la isla, y en Canarias en general, que siempre despierta al niño que llevo dentro. ¿No te pasa lo mismo?
Por eso, había que aprovechar que el Parque Nacional del Teide se había vestido de blanco, y sobre todo su volcán emblema, para ir a disfrutar todo lo que se pudiera. Claro, que suelen cortar los accesos por seguridad, pero según se habilitó la TF-38 por Chío, en el Sur, allí que fui dispuesto a desinquietar al máximo.
¡Vaya contraste! El sol y el consiguiente calor que había en la costa se fueron transformando, según subía la carretera, en frío, niebla y lluvia… hasta que apareció ¡por fin! la nieve. Primero, tímidamente, pero al llegar a Samara (no te pierdas mi post sobre esta ruta, una de mis preferidas del lugar), el blanco lo teñía todo.
Una sensación de una belleza increíble, la naturaleza nunca deja de sorprender, y es casi imposible no ir hechizado a tocar ese objeto de deseo. Y ya puestos a recordar cada instante de la visita, en la siguiente parada, tras las Narices del Teide, hice lo que podríamos llamar un posado magmático.
Es una auténtica suerte poder vivir esto.
Y además, ir un día entre semana facilita apreciarlo sin masificaciones, ni colas, ni ruidos.
De momento, la vía continuaba ofreciendo tentaciones a cada kilómetro, así que adelante. Al asomar el Llano de Ucanca, ¿sabes qué me llamó mucho la atención? El contraste de colores. Es una de mis debilidades en el Parque Nacional, pero con la luz adecuada de un día despejado más la nieve, la mezcla de tonalidades fue ¡una pasada! Y no podía faltar la visión icónica del Teide desde los Roques de García. Uff, muy difícil de describir, de verdad, por lo que mira la foto de debajo y elige tú las palabras…
El paisaje es cambiante y no se interrumpió esa variedad hasta llegar a la altura del Teleférico, que estaba cerrado por cierto. Cerrada también la carretera hacia El Portillo, con lo que me bajé del coche por última vez, y exprimí lo que la preciosa panorámica me ofrecía: siempre hay matices muy interesantes en el Teide. Dejé mi mano marcada en el suelo (los juegos de niño que te decía), y de nuevo al volante, repasé las impresiones en el camino de vuelta, esta vez para bajar por Vilaflor.
Y lo hice sonriendo y feliz por todas estas sensaciones que se experimentan muy de vez en cuando, y que he querido compartir contigo. ¡Hasta la próxima nevada!
El Teide con nieve es un premio para los sentidos más desinquietos. Yo tuve la suerte de vivirlo y ya tengo muchas ganas de repetir.